Desde que descubrí que había una cosa llamada "arte" y que aquello lo hacían señores a los que presuponía muy habilidosos y que llevaban muchos años muertos y que era algo que costaba mucho dinero, cuando no era algo por lo que ni siquiera se podía pagar, desde aquel día el arte intrigó, lo que el arte era y sus fronteras.
El arte y la experiencia estética.
Algún día le dedicaré una entrada al blog a la experiencia estética más arrolladora que he tenido en los últimos años. Fue con J. Pollock, supongo que lo demoro porque aún no he encontrado la forma de plasmarlo.
Vivir una experiencia estética mola. Es una agitación de los sentidos y el intelecto que se mezclan en un desasosiego cálido que te deja fuera de sitio, y sabiendo que no estás en el lugar, que algo se ha desencajado, adquieres una suerte de nueva sabiduría que te ayuda a calibrar de nuevo las coordenadas para que tu espíritu anide en un suelo firme pero que ya no es el mismo.
Y con el tiempo descubrí que pocas experiencias estéticas se conjugan en los museos. El arte tiene sentido en su contexto -al menos para mí- y en su contexto hilvana la trampa que puede en algún momento atraparte para catapultarte a esa nueva experiencia que te deja siendo siempre otro.
Las sucesivas escenas diarias de los monjes cartujos plasmadas por Zurbarán pierden su fuerza en la gris, fría y monótona sala de un museo. Zurbarán no los pintó para un museo, las pintó para que colgaran en un monasterio.
Y aquí en Londres en los Gabriel´s Wharf puedes alcanzar la vivencia de una experiencia estética si como el otro día, un día de calor, te tomas una pinta en medio de un bosque de esculturas de madera; caballitos, misteriosas figuras, sillas rocambolescas y mesas que se alargan como un ciempiés.
Son todas obras de Friedel Buecking, un tipo encorvado y de pelo blanco como la nieve que se acercó a nosotros para en vez de quejarse porque allí sentado en sus obras estábamos, nos regaló unas portales que publicitaban su espacio... un espacio donde literalmente te mezclas con sus obras.
Una forma nueva de disfrutar el arte, tocándolo, sentándote o saltando sobre él, como el chaval de la foto.
Es mucho más divertido y refrescante que un museo.
Merece la pena.