Este post se lo dedico a mi amigo Manué, el sevillano raro, no sólo porque fuera él quién me inoculó la idea de venir a Londres y por lo tanto causa eficiente aristotélica del nacimiento de este blog por ejemplo, sino porque además me retwitea y por si no fuera poco es que también es un tipo que le planta cada día cara, con uñas, dientes y flotador al capricho y sus mareas.
Hoy dando una clase de español a principiantes que querían curiosear en la lengua de Cervantes, supongo que para ver si era factible aprenderla, me salió la vena esparraguera filosófica.
Y siendo lo más honestos que he podido con ellos les he dicho que en mi opinión la clave para aprender un idioma exitosamente consiste en diferenciar entre motivación y capricho.
Una tabarra, vaya. Y me explico. Pónganse el cinto que es larguito.
Para aprender un idioma sólo se necesita una cosa: motivación. Y el peor enemigo de la motivación es el capricho. Lo que por aquí llaman Cravings. Lo que mi mujer preñada de siete meses padece de tanto en tanto.
(Un alto en el camino para dejar aquí escrito y que no se lo lleve el viento: la rubia se está portando, no me pide una cazuela de cabrillas a las tres de la mañana o unos calamares a la romana un domingo a la hora del té. Lo suyo es de lo más mundano, se contenta con un perrito caliente y chocolate. "That´s my girl")
Por eso, yo desaconsejo lanzarse a estudiar un idioma en Enero o en Septiembre, porque en esos malditos meses gracias al sistema estúpido capitalista en el que vivimos, el capricho se disfraza de motivación, el deseo se enmascara como si fuera tenacidad y tanto lo primero como lo segundo son tan efímeros como un cigarro después de un buen polvo.
Bueno, que lo que decía, que la motivación es lo que marca la diferencia, porque la motivación es muy democrática, su grado, hondura y durabilidad es casi que elegible por todo el mundo.
Me explico aplicándolo al aprendizaje de una lengua (sobretodo si no vives en el país donde ésta se habla, que hace que la cosa se complique un poco; que es el caso de mis estudiantes).
Uno puede tener mayores o menores recursos. No es lo mismo los recursos de los que disponía Guardiola para aprender alemán en su retiro de New York, pagando a una profe particular de alta cualificación cuatro horas cada día, que los recursos que puede tener un mindundi como nosotros que si es solvente para pagarse un par de libros de gramática ya es para tirar cohetes. Luego está eso del ADN, ese ácido ribo-no-sé-qué que a uno les da mucho y a otros les quita tanto... así hablamos de la capacidad atlética, de la habilidad para encestar bolas de orillo en papeleras en la oficina en el fino arte de perder el tiempo, la cualidad de cortar los setos del jardín del suegro en línea recta, el ritmo para bailar la samba, el pelo en la cabeza, y por supuesto ese
"el tamaño nunca importa" con el que las mujeres siempre nos consuelan... vaya, lo que todos sabemos, que hay unos que están más dotados que otros para los idiomas y desgraciadamente para las dimensiones.
Pero en lo que si yo quiero adelanto a Guardiola y al tipo que más rápido aprende idiomas en el mundo, que seguro que es chino (ojo que no es un comentario xenófobo, simplemente estadístico) es en las ganas que tenga de aprender el idioma.
Les puedo vencer en motivación, porque en realidad la motivación es una carrera contra uno mismo.
Con motivación un tipo de 43 años acaba de ganar la Vuelta España (estará la sospecha que si ayudado con drogas, pero ya se podía poner el tipo hasta las cejas de lo que quisiera, aún así es una hazaña... lamentablemente las drogas suelen ser contraproducentes para incrustarte palabras en el cerebro y que allí se queden). Lo que decía, el tal C.Horner para realizar tal proeza necesitó, así en números, 21 días para recorrer más de 3300 km a unos 40 km/h de media con 15 puertos de montaña y el colofón de coronar el
Angliru -el Angliru es una tortura, literalmente una tortura- y necesitó esas matemáticas para ganar, tanto como una dosis de motivación titánica.
Con una motivación mucho más diminuta, así como de andar por casa, uno puede aprender hasta mandarín, y sin ser chino.
Ahí está el secreto y eso es lo que les he intentado inculcar a los novatos que se han dejado engañar hoy: que la única manera de pasar por el fascinante calvario que significa aprender un idioma y devolverle a nuestro cerebro la capacidad espongeidizadora (si esa palabra existe) es a través de alimentar la motivación; en darle caña, echarle leña, gasolina y no tener miedo a que engorde.
Pero nunca en Enero o en Septiembre... ojo que os podéis estar engañando.
Porque esos meses son los del cambio de ciclo... año y colegio -que se quedó en nuestro subconsciente- y el capitalismo nos arrasa con zapatillas para correr y quitarnos esos kilos de más, o nos tima con esa casa de muñecas que siempre quisimos construir, o ese curso de punto y cruz, o ese avión de combate en miniatura en tres mil fascículos que si conocéis a alguien que lo terminó tendréis vuestro puesto asegurado en la posteridad de los records guiness. El capitalismo, por supuesto menudo es él, no se iba a quedar atrás en lo que respecta al aprendizaje de otro idioma, saber expresarse en otra lengua mola, así que ahí te dan caña con eso de habla inglés con 999 palabras más una o la "Rosetta stone" esa que tanto ahora está de moda -cada año hay una nueva moda de lo mismo disfrazada de primica- el programa que empieza como piedra y acaba en anómalo guijarro porque a las dos semanas la peña ya ha abandonado.
Y tiran la toalla -sin sudor que analizar en un control antidoping- porque no se gastaron los 300 pavos que cuesta la piedrecita de los cojones, ni que fuera un rubí, porque estuvieran motivados sino porque estaban bajo la influencia del capricho: la peor droga del capitalismo, la única que de verdad debería estar ilegalizada.
Los caprichos nos llevan de la mano hacia la infelicidad porque nos van distrayendo en el camino con sus regalías y no nos damos cuentas de cómo no es que no colmen las insatisfacciones que padecemos, sino que las ceban cual cochinillo segoviano. Los caprichos nos impelen a consumir más para apagar esa quemazón que se instala en el alma, reemplazando la felicidad por la absurda y a veces aleatoria adquisición de bienes y servicios que no necesitamos... y así se instala en nuestro espíritu un bucle maligno estirado hasta el infinito como la sucesión de Fibonacci; responsable de los veinte pares de zapatos que una chorvi atesora en su armario y no usa o el séptimo reloj que el titi se compra para que esta vez haga juego con su llavero (quizás pecando un poco aquí con los ejemplos de sexistas, pero de nuevo rotundamente estadístico)
Y para acreditar esta filosofía de pacotilla, de tebeo y whisky del Mercadona con la que os machaco, (ojo, culpa del Manué por decirme que me viniera a Londres) vengo a aportar como prueba inequívoca de su veracidad el hecho de que yo soy tan vil pecador como la chorvi de los zapatos o el titi los relojes. Tan pecador como tú amigo, tan culpable como tú querida.
Y si no mirad la foto de ahí arriba de la que esperaba que a estas alturas os hubieseis olvidado. Es el GTA 5. Es mi capricho. Un videojuego. Mi propia dosis de infelicidad tutorizada por mí mismo, con alevosía y empeño. Agotado que está en Londres de los muchos gilipollas como yo que lo han comprado (de hecho estamos aquí viendo a ver quién gana el gran slam de la subnormalidad en ese partido a la mayor gloria de la estulticia entre los que agotan el GTA 5 o los que agotan el Iphone 7) y me ha llegado hoy por correo. Ahí está, encima de la cómoda, con el precinto, esperando que mi capricho se desate y me ponga como un poseso a exprimirlo durante dos días, para luego volver a mis quehaceres, a mis amigos, a mi novelita, a mis cervezas, pero con cincuenta pavos menos.
Así que sí, soy un vil pecador y me contradigo, supongo porque como dijo no sé quién en mi (en todos) hay multitudes.
Pero voy a hacer un experimento.
Para espetarle al capricho que no lo tiene todo ganado, que esta batalla es suya pero nunca la guerra; y que al menos hoy le voy a dar una bofetada.
El experimento consiste en contener al capricho y no jugar, hoy -que tampoco soy un mártir-. Dejarlo ahí con su precinto. Y a ver si lidiando estas escaramuzas encuentro la motivación que necesito para acabar mi novela y quién sabe si no me veáis de aquí a poco hablando en chino.
A juí!!!
Manué... ¿éste lo retuiteas también no?