¿De qué material está hecha la amistad? Cuál es su composición, o su estado. ¿Es la amistad gaseosa? ¿líquida? ¿sólida? Cómo crece, qué cauces y pautas transita en su desarrollo, cómo se transforma, ¿es posible enumerar sus diversas formas de disolución?
A la amistad no se le puede someter a un análisis químico.
Amigo desde los pañales o desde cuando intercambiabas cromos de futbolistas, o desde que vais juntos andando al conservatorio, amigos desde el primer cigarro furtivo o desde la borrachera cantando "Losing My Religion" en el Tierra, tu primer amigo del trabajo, tu primera amiga, tu mejor amiga, tu socio, tu compadre, la secretaria, el tio con el que llevas viviendo tres años, el tipo con el que te viniste a Londres, al que acabas de conocer o con el que casi cada semana buscas un pub para tomar una pinta. La amiga que conociste a través de otra amiga que conociste haciendo cola para un casting. El amigo que se fue, el que no llegó; al que solo con una sola mirada cómplice entiendes, con el que siempre discutes, con el que no tienes nada que ver, o a los que son fotocopias.
Con una sola palabra, amistad, al final encorsetamos una gama infinita de variaciones que denuncian lo fútil del intento de encorsetarlos, precisamente, en una sola palabra.
Nada nuevo, a la amistad, o a las relaciones que espontánemamente identificamos como de "amistad" son tan vastas, gigantescas y distintas que cualquier intento de definirla y en consecuencia, domarla, es desde su principio una aventura suicida.
A ella la conocí en el trabajo. Durante casi un año coincidíamos a veces cuatro días con regularidad en la misma semana. Nunca tomamos muchos cafés juntos, alguna que otra vez corrimos una juerga con los del curro, donde las amistades no son más que sumas. Tuvimos un par, dos o tres, conversaciones personales... y no me refiero a esos entremeses de treinta segundos donde una especie de cortesía te obliga a preguntar como está la vida, el novio, o la familia; me refiero a conversaciones largas, una vez incluso con una pinta, conversaciones de mesa de por medio. Ya empezaba a saber algo de su biografía, a conocer algunas manías, defectos. Y estoy casi seguro que si ella o yo hubiéramos cambiado de trabajo, o alguno se hubiera mudado a otra ciudad, nuestra amistad se hubiera ido disipando poco a poco. En las amistades que brotan entre extranjeros en Londres abunda una pauta común, una peculiaridad: el tránsito.
No con eso digo que nuestra amistad fuera insustancial. No creo que la calidad de una amistad haya de permanecer siempre unida al parámetro de la duración. Creo que algunas amistades se convierten en gaseosas, que desaparecen, pero que de algún modo aún siguen ahí, dispuestas a solidificarse a la menor señal.
Natalia y yo éramos compañeros y amigos. Una amistad aún tierna, elaborándose todavía. Pero Natalia cambió de ciudad. De repente se mudó. De la noche a la mañana ya no volvería a Londres, al menos por un tiempo prolongado.
Aunque esta vez, la peculiaridad no se cumplió. Es decir, nuestra amistad ni siquiera se ha gaseosificado.
Y acierto al decir que ahora me siento más cerca de ella que antes, como cuando cada día que la veía la tiraba un poco del mal genio. Quizás a la amistad se la pueda considerar como danza incorpórea de acercamiento.
La foto de ahí arriba es mi primer regalo de cumpleaños de este año. Es una especie de poesía vital y con mucho sentido del humor, además de una postal de Katowice, según ella la ciudad más fea de toda Polonia y a la que tuvo que volver forzosamente a instalarse.
Así que con esta breve reflexión sobre la amistad y de exhibición de la nuestra, lo que quiero decirte Natalia es simplemente que gracias. Y es que con ese punto egoista que toda amistad para que sea tal, ha de conllevar, he de decirte que tú como amiga me das mucho, me enseñas, y gracias a ti y a lo que el mantenimiento de nuestra amistad supone, mi inspiras a encarar la vida desde otra perspectiva, y no me equivoco si la etiqueto de más sabia.
Eres un regalo, gaseoso, líquido y sólido.
Un beso guapa.