A veces uno no puede regatear las
coincidencias que la vida le lanza a la cara. Yo estuve a punto, pero
al final acepté la invitación de ir a conocer “Camino” y
escuchar de primera mano, de la mano de su dueño, un inglés
enamorado de la península, su apuesta por que los estirados de nariz
respingona hijo de las islas sepan que más allá del tópico del sol
y playa, en la piel de toro se esconden muchos otros tesoros, algunos
tan chispeantes como el cava.
Pero vayamos por partes.
Si mi Casio amarillo tuviera el poder
de hacer retroceder el tiempo y, semana arriba, semana abajo, nos
fuéramos cuatro años y seis meses atrás, veríamos a un par de
alcalareños recién aterrizados compartiendo habitación en un
hostal de King Cross. Ya os podéis imaginar: ansiedad, un inglés
que cualquier loro de abuelita inglesa de té a las cinco podría
superar y un hambre insaciable por comerse la ciudad palmo a palmo.
Esos éramos nosotros mientras explorábamos Londres y sus rincones,
buscando piso, trabajo, amigos, una nueva vida en definitiva. Y en
una de esas incursiones por territorio desconocido nos topamos con un
oasis familiar. “La Cruz del Rey”, un gigante
bar/cafetería/restaurante del que casi salimos huyendo, no porque el
lugar en cuestión fuera espantoso sino por el hecho de que
representaba aquello de lo que habíamos salido corriendo: España.
Luego de alguna vez que otra Mariano y
yo, esos dos alcalareños, recordábamos con cierta nostalgia,
sobretodo cuando estábamos por los alrededores que “La cruz del
Rey” fue uno de los primeros bares donde caímos por Londres y que
vaya tino tuvimos.
Con el tiempo, cuando resulta que
al final te ha reinventado a ti mismo en un país extranjero, y que
ya hablas un poco mejor que el loro de la abuela del te a las cinco,
sólo un poco mejor, y ya estás echo al Earl Grey y que incluso le
encuentras su salero al marmite, ya no sales huyendo de esos oasis
con los que te topas, sino que lo buscas de tanto en tanto, aunque
sea por recuperar por una noche un poco del sabor de la tierra.
Porque España, con sus
contradicciones, sus problemas, sus guerras fatricidas interminables,
es un país acojonante. Y Richard, Ricardo, lo sabe.
Ricardo, que no os lo he presentado, es
el tipo que nos atiborró una noche a un puñado de bloggers
españoles afincados en Londres a gambas al ajillo, croquetas, jamón
de guijuelo, arroz negro, chorizo con pimientos del piquillo y otros
tanto que ya ni recuerdo porque a todo esto el tipo no hacía otra
cosa que descorchar vinos; en aquel mismo bar que años atrás
Mariano y yo habíamos huido.
Fueron casi cuatro horas, a la
española, ya me entendéis, comiendo, bebiendo, riendo, hablando, y
comiendo y riendo y hablando, y bebiendo y bebiendo... y bebiendo.
Y en eso que Richard nos presentó su
nuevo reto, convencer a sus compatriotas y ya de paso al que se deje
caer que el Cava se llama Cava porque no se puede llamar Champagne,
pero que al final es un vino con burbujas tan bueno como su vecino
francés. El garito se llamará “San Pablo” y cómo no estará en
los alrededores de “St. Paul´s” y lo abre de ya a poco.
Las gambas no son las de Huelva, las
croquetas no son iguales a las que hace tu madre, pero consigue que
te sientas en casa, así que si un día te pierde la nostalgia, o
quieres impresionar a tu novia de Taiwán, o deleitar a los amiguetes
polacos del curro, y que prueben un trocito del alma de tu tierra
llévales a alguno de los lugares que “Camino” ha plantado en
Londres.
Es una apuesta tan segura como la que
Ricardo hizo algunos años atrás, cuando conduciendo un mini por la
península se le ocurrió la idea de introducir la gastronomía
española en Inglaterra.
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