Levemente, y en las cien maneras en las que hoy en día te puedes expresar, he dicho, escrito, apuntado, confesado, comunicado, aireado, y pensado que Septiembre era el mes de la melancolía. Supongo que el arco es algo más grande y abarca hasta el otoño.
Porque yo sigo algo melancólico.
En modo alguno es un sentimiento negativo, entre otras cosas inyecta pulsos de creatividad cuando no despliega ese recogimiento siempre imprescindible para escribir.
Para escribir uno ha de estar recogido, de algún modo. Y la melancolía recoge.
El otro día, de casualidad, y porque me puse algo pesadico -todo hay que decirlo- Jorge, Eva, David y yo jugamos al billar.
Yo jugué un tiempo al billar. Colateralmente, con cierta ingenuidad adolescente y simplemente para divertirme. Ibamos al Copete y a veces al Albanta. El Copete era casi nuestra segunda casa, punto de encuentro, de cafes, de cervezas, de besos, de broncas, de cumpleaños, de partida y de llegada, y era un sito para jugar también al billar. La decoración era diametralente la contraría de la que te podría esperar cuando de un sitio donde se jugaba al billar. El dueño, y sobretodo su círculo, eran aficionados de segunda fila. De esos que que de tanto jugar pues al final acababan disfrutándolo. Como esos círculos que van de caza, que pescan, que juegan al tenis, que hacen maquetas o puzzles o que se reúnen para ir al fútbol -los afortunados-, o para verlo con dos cervecitas. Y en ese bar que parecía una pecera futurista y era como una especie de W en el aburrido abecedario de bares de Alcalá de Guadaíra, un grupo de niñatos de no más de 16 o 17 años le disputaban partidas a los de aquel círculo.
Yo solía hacer pareja con el Negro, pero al final jugábamos con quién se terciase, Martín, Piña, Vallejo o el que fuera. Aunque mi compañero era y fue siempre el Negro. Entre nosotros nos entendíamos mejor, supongo. Nuestros temperamentos y estilos conjugaban, él le ponía el sosiego y estrategia y yo azuzaba con los riesgos. Una vez incluso aguantamos tres horas seguidas, moneda en la mesa, ganando sin parar. No recuerdo cuantos cayeron, pero al menos doce o trece seguro. Y todo aquello con públics. Aunque los espectadores fueran las parejas que esperaban su turno, aquello era un público. En toda regla.
La melancolía me lleva a pensar en la cara del Vallejo. O bueno, en cómo se le quedó la cara aquel día en el que partió la mesa y luego le metí todas las bolas seguidas, unas tras otras, hasta la negra, habiéndole dado un sólo chance: el de la primera tirada.
O aquella jugada en la que lanzando la blanca desde la salida, cortando el efecto y pegándole con furia contra la tronera inferior derecha, se disparó contra la negra, deslizándose en una paralela perfecta con la banda, tomando la negra la única brecha, el único punto debil que había descuidado el asedio que las bolas de signo contrario había construido como defensa en torno al agujero. La bola blanca se estampó en un golpe seco y certero contra la negra y ésta se coló dentro, con contundencia. La blanca frenó justo a una pulgada del borde del agujero, de la derrota. Pero allí, quieta y parada, para mi alivio, se quedó "la pelada" rodeada de cinco de color.
El tipo al que ganamos, uno de esos que enroscan los tacos, tuvo que aguntar las risas de sus colegas. Unos niñatos le habían noqueado.
Y así podría continuar hasta mil, hablando del "Tierno", del Albanta y su dueño, del "Rodri" -que luego puso un bar de tapas al que solía ir sobretodo por sus entortillaos o carne frita-, del Foto, del Borrallo, de Lucas, del Colorao, del Adri, de la Pili y la Caro, de la Valle, la Vanesa y la Silvia, de las Tatanka, del Mato, el Jose Luis y el Borrego y de muchos y muchos otros, de las risas y las carcajadas, de las derrotas, de las primeras borracheras, cuernos, besos y polvos y de tantas y tantas cosas que sucedían en aquellos días en los que en el Copete sobre un mundo de terciopleo verde le pegábamos a unas bolas con un palo.
La ostia, si por entonces costaba la mesa veinte duros. Luego vino el Euro, las novias, las carreras, los trabajos y la ingenuidad emigró a otra parte.
Así que eso, el otro día jugué al billar. No fue lo mismo. Sobretodo porque no estoy muy acostumbrado que me peguen a mí con el palo.
sábado, 16 de octubre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Bonitos recuerdos Alvarito, para mi septiembre se alarga un poco mas allá de su feudo, es una mierda de mes; wake me up when september ends. Menos mal que en el video te pegan un palo, jejeje.
Por cierto ayer estuve recordando el video de DU YU WON tabaco liar? jejejeje
tienes que recuperarlo.
Un abrazo.
Qué tendrá que ver la Foster con el De Niro... haga usted el favor de volver en sí y dejar de una vez el pastel de carne...
me ha encantado la entrada.
El otro día estuvimos recordando a todos los juegos que habíamos estado enganchados en diferentes bares alcalareños, y en el Ras, sin duda, si estuve enganchada a algo fue al Pang.
En el buy es donde jugamos más nosotras al billar, y a un pin ball muy tétrico que había de Elvira...qué tiempos aquellos, en los que nos tirábamos una tarde entera en un bar con la única consumisión de un manchao!!!
besos lindo
Publicar un comentario