sábado, 10 de noviembre de 2012

Alquilar películas pudo ser una inversión.



Uno de los recuerdos que atesoro con más cariño de mi niñez fue la llegada del primer video VHS, era un Panasonic en cuyo mando a distancia venía incorporado un láser lector de código de barras para programar grabaciones que jamás llegamos a utilizar.  No recuerdo bien si fueron unas navidades, un cumpleaños o simplemente por que sí. Y con el aterrizaje del electrodoméstico vinieron parejas mis expediciones al VideoStar, que por aquel entonces tenía sus puertas en la Plaza de la Almazara. Ya desde muy temprana edad la magia del cine me había hechizado, pero el video trajo el cine a casa, y eso fue la ostia.

El video se fue popularizando y abrieron otro VideoStar en el Paraíso, en vez de amarillo naranja, y por motivos logísticos empecé a transitar éste hasta casi que lo cerraron. Y no sólo alquilaba películas, sino que las grababa. Luego en la Universidad me plegué a los cantos de sirena que el Videoclub el Águila me lanzaba desde la calle Silos y consumí mi infidelidad cuando me hice asiduo a rentar películas independientes o rarezas que nunca podía encontrar en el videoclub que hasta entonces había colmado mis necesidades. 


No lo que podría haber sabido yo de hablar inglés si en nuestra patria España no fuéramos tan catetorros... para leerlo entero, pinchad aquí

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