El verano ya está aquí. Ahora es cuando se ponen a prueba esas dietas con o sin agua caliente o las horas invertidas en el gimnasio y en las clases de pumping bumking triking salting idioting. Y el verano trae la ralentización a la que “la caló” obliga, por Alcalá ya estáis 40º y aquí en Londres por sorpresa llevamos más de una semana rozando la barrera psicológica de los 30º. Pensaréis, “¡bah! ¡Eso no es nada!” Pues es mucho, el calor aquí se sufre que no veas. Por lo pronto no existe el aire acondicionado, así que se recurre al vetusto ventilador, y no hay azoteas, o patios o terrazas donde descansar los huesos a la fresquita; por no mentar que los edificios están ideados para conservar el calor y no para repelerlo. Pero no me voy a quejar, los Londinenses, por eso de parecerse al resto de la raza humana, viene a protestar por aquello que hasta hace unos días reclamaban; todo el día quejándonos de que ausencia de sol y ya más de uno aquí está levantando la voz contra la deserción de las sempiternas lluvias y los lóbregos cielos encapotados...
De qué hablare en este artículo, de insectos, de venganzas bíblicas o de una entidad que cada verano, particularmente, viene a derramarse por la ciudad en la que vivo... para descubrirlo, pincha aquí.
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