viernes, 28 de febrero de 2014

Nuestro día.




"Nos sacaron a todos al patio. Sobraba pan al que untarle con ese elixir de la tierra y añadiéndole una pizca de azúcar invitábamos a nuestros golosos paladares. Al fin nos dispusimos en fila -supongo- y cantamos lo que habíamos estado practicando durante toda la semana:


"La bandera blanca y verde..."
Desde luego no le hicimos ningún favor a esa melodía inspirada en un canto popular que los campesinos tatareaban durante la siega y que luego Blas Infante y José del Castillo Díaz transformaron en nuestro himno.
Desafinamos todo lo bien que pudimos.
Ese día se me quedó grabado, por lo festivo, porque aparcábamos las matemáticas y los sujetos y predicados, lanzándonos a pintar los muros encalados del patio con argumentos como el de la libertad, la paz y la solidaridad, valores que palpitaban en el corazón de cada Andaluz como nos enseñaban nuestros maestros.
Celebrábamos el día de nuestra tierra..."
El 28 de Febrero de se celebra el día de la tierra que acogió a una pareja de castellanos con un bebé de un año al que le quedaba mucho por aprender de esa lugar y sus gentes que les acogían. Andalucía. Hoy es su cumpleaños y uno se siente muy orgulloso de pertenecer a este vergel en que se crió. Celebrémoslo.

Si quieres leer más, pincha aquí.

martes, 11 de febrero de 2014

Confianza




"Este es un artículo que va dirigido especialmente a las chicas de mi pueblo, a las madres, a las solteras, a las adolescentes, a las abuelas, a las currantas, a las paradas y a las amas de casa. A la mujer en definitiva y a su futuro.
El tema parece que se ha escondido un poco en el fondo del armario, no sólo debido a las reacciones internacionales que han puesto a España de nuevo en la picota, trenes de la libertad aparte, sino porque el mismo PP ha decidido aparcarlo por ahora en la nevera, aunque no lo admitiría jamás.
La controvertida nueva ley del aborto promovida por el Alberto Ruiz Gallardón y su equipo, por casualidad todos del género masculino, han copado varias días las portadas.
Un viejo cuento: hombres decidiendo por mujeres..." 
Resulta que los hombres tenemos decidido seguir decidiendo por ellas. Un tutelaje que ya va siendo hora de dinamitar. Lo último es la inaudita ley del aborto y sobre eso es lo que versa el último artículo que Guadaíra Información me ha publicado. Pincha aquí si quieres leer más.

viernes, 7 de febrero de 2014

Cuando publicar sí vale algo.




Yo tuve el placer y el honor de asistir, intermitentemente, a un taller literario que impartió Jose Antonio Francés en la casa de cultura de nuestro pueblo. Dudo que se acuerde de mí, yo era demasiado ingrávido. Fui lector de su primera novela publicada si no tengo entendido mal, “El plan intrascendente”, de cuya lectura guardo un grato recuerdo. Estuve presente el día en que propuso “Infame turba” como apelativo para lo que a la postre se convertiría en una serie de medio gacetas, libritos de poemas donde muchos de mis vecinos vertieron sus versos y talentos.

Mi intermitencia me privó de aquello.

Y me he vuelto a reencontrar con él gracias al artículo de opinión que ha publicado Vísperas, revista digital en la que me enorgullezco colaborar.

Me he quedado estupefacto. Y con esa estupefacción pretendo debatir un poco sus ideas.

Su artículo, que os invito a leer porque está escrito con jugosa maestría, gira en torno a lo que denomina la “amenaza digital” que consiste en la ausencia de filtros profesionales a la hora de que los, tildémoslo de escritores amateurs, inunden la red con sus relatos, cuentos y novelas con la intención no sólo de ser leídos sino de obtener rédito económico de ello, generándose un inevitable proceso de degradación donde uno es incapaz de discernir el grano de la paja, en un infumable babel de infinitos autores de medio pelo que no saben ni construir un párrafo coherente. Francés adula el mecanismo, el sistema que salvaguardaba el canon literario, la literatura en definitiva que merecía ser publicada a pesar de los clamorosos fallos y servidumbres de mercado, como él mismo subraya. 

Yo en cambio creo que los clamorosos fallos, la servidumbre al mercado y todo el tejido de favores, influencias, gremialismo, lealtades, de las que adolece la Industria Editorial no son tan baladíes ni merecen ser apuntados tan la ligera. A muchos escritores, más a los nóveles, se las hacían pasar canutas e incluso Francés lo admite configurándolo casi como un rito iniciático imprescindible donde se pone a prueba la tenacidad y la resistencia al fracaso, virtudes que todo escritor maduro que se precie debería atesorar. Al final publicar es como correr una maratón, los que no llegan a la meta es que no tenían madera suficiente.

Claro que dentro de los límites de lo que llamamos Industrial Editorial hay desde grandes conglomerados que contribuyen a que un libro horripilantemente escrito como “Wicked: memorias de una bruja mala” no sólo sea un éxito de masas sino la gallina de los huevos de oro en su adaptación a la gran pantalla y al musical; así como pequeñas editoriales de calidad que no se rigen únicamente por los valores del mercado e intentan, casi siempre desde cierto ángulo ideológico, llevar a la imprenta obras con un valor intrínseco literario.

Cuando Francés los llama “profesionales” supongo que se referirá a especímenes tan contrapuestos como los que no publican ni una frase a no ser que un estudio de mercado les garantice una serie de ceros en sus cuentas corrientes, allende la calidad literaria, como a aquellos románticos que se empeñan en mostrar al mundo los párrafos de los que consideran genios incomprendidos a pesar incluso de pegarle bocados a sus propios bolsillos.
Sea como fuere, ambos extremos, tienen algo en común: la verticalidad. Son ellos quiénes deciden a quién y qué libros se pelean en las estanterías. Cuáles páginas son las que yo, como lector, voy a poder ojear en las dos horas en las que me abandono en una librería por el mero placer de descubrir tesoros entre mis manos.

A diferencia de Francés tengo en mucha mayor estima al lector. Creo que el lector leerá lo que le parezca bueno o entretenido o importante, lo que le llene a él en definitiva. Y generalmente se abstendrá o abandonará lo que considere rematadamente malo o lo que rematadamente le aburra. Y creo, además, en como a base de leer cada lector contribuye a afinar su propio gusto. Así como a nadie que no haya descubierto el placer de leer le aconsejaría empezar con “Rayuela”, menos aún estimo que alguien pueda tirarse toda su vida nutriéndose exclusivamente con las pésimas novelas de Robert Ludlum. Como gente hay para todo quizás algunos son capaces de saborear el “Ulises” de Joyce a la primera como conformarse décadas adictos a Corín Tellado, la curva de Gauss tiene extremos, pero la mayoría sobrevive en su abultada joroba.

Y en esa joroba donde la gente corriente hace sus vidas considero que la horizontalidad que trae pareja consigo la era digital es, más que una amenaza, una oportunidad. Y en la coexistencia de esa horizontalidad de la autopublicación en internet, más la verticalidad y sus filtros en busca de pepitas de oro -ya sean por su calidad literaria o por su potencial comercial- de la industria editorial, estimo que todos podemos salir ganando. Autores y lectores.

Es obvió que estamos en el gateo de una nueva era y como tal hay ciertas figuras que se tambalearán, incluso algunas desaparecerán, muchas se reinterpretarán y algún que otro nuevo rol veremos bajo el sol. Se corregirán abusos como el obtuso empecinamiento de vender casi al mismo precio el libro en soporte digital que en analógico, y digo obtuso porque algunas editoriales deberían buscar en su catálogos algún libro que estudie la fijación de precios y quizás descubran que ya no cuela vender una mercancía a los mismos euros cuando te estás ahorrando el grueso de los costes de producción y distribución; aún más cuando existen alternativas, ilícitas pero muy reales, de conseguir esa misma mercancía completamente gratis. El paradigma indudablemente se está transformando y si antes considerábamos que el escritor medio era un tipo que se pasaba el día escribiendo para vender de tanto en tanto una media de treinta mil ejemplares con los que pagar las facturas y seguir incluido en los círculos viciosos de presentaciones, festivales, firmas y actos donde lisonjear y ser lisonjeado, quizás pasemos ahora al profesor de instituto o al fontanero o al periodista que con algo de tino añadirá a sus emolumentos un extra, gente corriente que quizás se tomen años sabático para terminar esas historias que les han raptado.

Es una amenaza. Sí, lo es. En cierto modo, sobre todo para aquellos que de haber nacido cuando Gutenberg inventó la imprenta se hubieran consternado por la innegable pérdida de la artesanía de los copistas. En el fondo es una lucha de poder tal y como Nietzsche la entendería. Y del poder, incluso cuando su moneda es el conocimiento, cuesta desprenderse.

Es una oportunidad. También. Yo escribo. No me gusta catalogarme como escritor porque mis escritos no me han pagado todavía ni un café. Tengo escrúpulos. Y ahora mismo estoy enfrascado en una novela de ciencia ficción. También soy lector y observo que ahí fuera, en el mercado, hay muchos a los que envidio su talento literario, y con Francés me une el axioma de que sólo el trabajo duro me irá puliendo para parecerme algo a los que tanto admiro; pero también he tenido entre mis manos bazofia en papel reciclado que para mi desánimo copan muchas veces las listas de ventas. Para decirlo en plata, hay cientos que se ganan la vida placenteramente siendo mucho peor con la palabra que yo. Si termino la novela, ojalá, me pelearé, escribiré cartas, emails, buscaré certámenes y concursos, gastaré en teléfono y saliva, con la ilusión de que alguien confíe en mí, con la ilusión de pasar esos filtros. Pero si lo que me encuentro son puertas cerradas, despachos con colas zalameras, camarillas y demasiadas negativas, no siempre efectuadas en base a la falta de calidad de tu trabajo, se abre ante mí un nuevo abanico de posibilidades. Bienvenidas sean.

Que se me ofrezca la alternativa de la autopublicación sin por ello esquilmar mi bolsillo es cuanto menos un acicate más para seguir intentándolo. Quién sabe, quizás con suerte y un poco de promoción en las redes, blogs y social media; que lleva el mismo esfuerzo y tiempo que descollar la cabeza en los vetustos cafés, revistas y tertulias de antaño, me dé para pagar un vuelo barato y visitar Santa Sofía y el sumo placer de saber que quizás media docena o quinientos o tres mil tipos le han dado al click para leer la novela. Y puestos a ser como la lechera, quién te dice que no pondrá alguien los ojos en ti y te de la alternativa en ruedos de más altos vuelos. Y el cuento de la lechera, Francés, es ingenuo pero mucho más alentador que la amarga tristeza de condenar el fruto de tu trabajo a un cajón polvoriento porque un tipo o siete dicen que no vale la pena, que el mercado no está preparado para tus ideas o que la crisis impide derrochar crédito en nóveles.

Así que en ese maratón donde quizás llegue el día que me pueda pagar la cafeína con el teclear de mis dedos, las redes serán el respiro que me iré tomando de vez en cuando sin dejar de mirar de reojo la meta. Hace casi veinte años, cuando asistí intermitentemente a tus clases, aquello era sino imposible, si mucho más caro. Y en esos tiempos lo que tú empujaste y sirvió para alentar a muchos a guerrear con la poesía y que dentro de mi quizás candorosa filosofía tiene ya de por sí un valor incalculable, no difiere tanto de una web de relatos colectiva o un libro puesto con mimo en Amazon.

¿Por qué tanto miedo?

Uno sólo ventila si abre las ventanas.

La literatura, como la vida, mejor en manos de los que la aman; profesionales o no.   

jueves, 6 de febrero de 2014

Encima de un volcán.



El otro día fui a un volcán, aquí en Lanzarote, el Volcán del Cuervo. Cogí un coche y allí nos plantamos. Hacia un viento horrible. Pero llegar al volcán fue tan fácil como estudiar en la Universidad de Columbia. Allí donde estudió Obama y los dos presidentes Roosevelt, Pepe y Teo.

Parece ser que la universidad Neoyorkina está especializada en estadistas.

Yo estoy haciendo un curso titulado "The age of sustainable Development" o la era del desarrollo sostenible.

Por ahora he aprendido cosas tan interesantes como que sólo en el último siglo y medio tanto la población como la explotación de recursos ha crecido exponencialmente. Desde que el hombre es homo sapiens, osea, unos 150.000 años atrás, curiosamente los niveles se han mantenido siempre más o menos estables, evolucionando en una curva muy suave y progresiva. Los ingleses inventaron la máquina de vapor y se les metió en la chola lo de hacerse un imperio para mayor gloria de la Reina y ahí estamos ahora, con 7200 millones de habitantes en el planeta y exprimiéndolo como si una bola antiestres se tratase.

La famosa revolución industrial y un año importante: 1776. Adam Smith escribe "Sobre las riquezas de las naciones" y James Watt perfecciona el cacharro que se había sacado de la manga Newcomen para drenar explotaciones mineras.

Y resulta que este excesivo desarrollo demográfico es insostenible, más aún si cabe cuando los también vertiginosos desarrollos tecnológico y económico siguen estando mal repartidos.

El curso consta de catorce lecturas. El profesor que lo imparte da una clase a la cámara. El video está exquisitamente realizado. No voy a decir que es entretenido pero está bien hecho. Son en inglés, con subtítulos. Te lleva el tiempo que le dediques, mínimo un par de horas o tres a la semana.

Si lo terminas y apruebas te dan un certificado.

No creo que sea una revolución tan drástica como lo fue en su día la máquina de vapor, pero que se estén dando pinceladas en promover una educación de calidad, internacional, y gratuita; de arraigar la iniciativa seguro que se convertiría al menos en un pequeño hito en la historia.

Coursera es un puntazo.  Quién sabe si no es un volcán a punto de estallar.

Revoluciona. Edúcate.



lunes, 3 de febrero de 2014

Las cosas que aprendes teniendo un hijo.




Una de las cosas que he aprendido es que de la noche a la mañana puedes acabar tuerto. No quita que por un lado pueda ver cumplido el sueño infantil de requerir un parche, pareciéndome por fin a ese tipo duro, malote, que mi pubertad siempre quiso ser. Desde que vi los Goonies, Willy el Tuerto fue toda una inspiración estética.

Pero la verdad que es una putada.

Ya ves, jugando en la cama nada más despertar cuando tu niño más risueño está, y en esas que suelta un manotazo incontrolado y te mete el dedo en el ojo. Menos mal que le segué las uñitas un día antes. Al principio no le das mucha importancia, pero en eso que te vas a tomar una cervecita y todo se va un poco al traste porque tienes ahí un dolor constante, abrasador, que se acentúa de vez en cuando como si una aguja se te clavase en todo el glóbulo ocular. Suena así porque soy un exagerado.

Ahí vino la segunda enseñanza, si la primera era que en cualquier momento la vida te deja tuerto, la segunda es que con un hijo los planes siempre son relativos.

Porque lo que pensaba escribir es día, el rato agradable que pasásemos con mi hermana y cuñao que iríamos planeando sobre la marcha, el rato con mi esposa haciendo la cena, todo se fue al carajo porque a Lobo (como me gusta llamarlo), el pobre, le dio por mover la mano.

Pero todavía aprendí aún más cosas.

Porque fuimos al médico y nos atendió un doctor Palestino que me ha dado el trato más humano, a su manera, que he recibido nunca de la institución médica. Con cuidado, experiencia, profesionalidad y un chocante sentido de humor. De hecho después del contraste con el que localizó la herida y sin ni siquiera decirme el nombre técnico de mi dolencia, me puso una tirita en el ojo espetándome que me parezco a Moshe Dayán. Yo sin tener ni puta idea y mi hermana creyendo que eran unos dibujitos de cuando éramos niños, le pregunto que quién ese ese. Muy serio me pregunta por mi edad y cuando le contesto me reprocha con cariño que mis años debería conocerlo. Luego añade, guerra seis días, general judío, que invadió Palestina, cabrón joputa, mamón o algo así y mi hermana me mira todo extrañada. Éste es Moshé Dayán.

Luego mientras me recetaba unas gotas nos explica de qué manera quizás mi mujer que es Australiana y que necesita una especie de certificado internacional para poder conducir en España, que es un royo de papeleo sin sentido, podría quizás obtener una licencia para conducir por aquí.

No sólo aprendí que debiera conocer a un tal Moshé Dayán, general judío que para un médico palestino de Lanzarote era un mamón y de paso conocer la manera de lograr que le permitan conducir a mi mujer sino que también aprendí a valorar que, gracias a Dios, vivimos en el primer mundo. Porque la gilipollez esta que me ha pasado en el ojo, que se diagnostica de forma rápida y eficiente y que me va a tener esclavo una semana de unas gotitas que me han costado cuatro euros más o menos, en otro país, en otro mundo, me podría haber costado un ojo.

Así es, esta gilipolllez te pasa en Sudan y al final acabas en manos de un curandero con una cuchara, mechero y algo de whisky.

Así que el mamón de mi hijo también me hizo apreciar aún más médicos sin fronteras Lo que ahora me toca a mi enseñarle, luego ya él estará o no de acuerdo, es que las fronteras son una de las más prominentes entradas en el gran catálogo de gilipolleces y cagadas de la raza humana.

Porque las fronteras delimitan quién se echa unas gotitas y se cura el ojo y quién pierde su curro de rastreardor en los safaris de capullos blancos pijos porque se ha quedado tuerto.

Y esas son las cosas que el otro día aprendí gracias a mi hijo, fascinado por la maravillosa aventura en la que consiste ser padre.