Una de las cosas que he aprendido es que de la noche a la mañana puedes acabar tuerto. No quita que por un lado pueda ver cumplido el sueño infantil de requerir un parche, pareciéndome por fin a ese tipo duro, malote, que mi pubertad siempre quiso ser. Desde que vi los Goonies, Willy el Tuerto fue toda una inspiración estética.
Pero la verdad que es una putada.
Ya ves, jugando en la cama nada más despertar cuando tu niño más risueño está, y en esas que suelta un manotazo incontrolado y te mete el dedo en el ojo. Menos mal que le segué las uñitas un día antes. Al principio no le das mucha importancia, pero en eso que te vas a tomar una cervecita y todo se va un poco al traste porque tienes ahí un dolor constante, abrasador, que se acentúa de vez en cuando como si una aguja se te clavase en todo el glóbulo ocular. Suena así porque soy un exagerado.
Ahí vino la segunda enseñanza, si la primera era que en cualquier momento la vida te deja tuerto, la segunda es que con un hijo los planes siempre son relativos.
Porque lo que pensaba escribir es día, el rato agradable que pasásemos con mi hermana y cuñao que iríamos planeando sobre la marcha, el rato con mi esposa haciendo la cena, todo se fue al carajo porque a Lobo (como me gusta llamarlo), el pobre, le dio por mover la mano.
Pero todavía aprendí aún más cosas.
Porque fuimos al médico y nos atendió un doctor Palestino que me ha dado el trato más humano, a su manera, que he recibido nunca de la institución médica. Con cuidado, experiencia, profesionalidad y un chocante sentido de humor. De hecho después del contraste con el que localizó la herida y sin ni siquiera decirme el nombre técnico de mi dolencia, me puso una tirita en el ojo espetándome que me parezco a Moshe Dayán. Yo sin tener ni puta idea y mi hermana creyendo que eran unos dibujitos de cuando éramos niños, le pregunto que quién ese ese. Muy serio me pregunta por mi edad y cuando le contesto me reprocha con cariño que mis años debería conocerlo. Luego añade, guerra seis días, general judío, que invadió Palestina, cabrón joputa, mamón o algo así y mi hermana me mira todo extrañada. Éste es Moshé Dayán.
Luego mientras me recetaba unas gotas nos explica de qué manera quizás mi mujer que es Australiana y que necesita una especie de certificado internacional para poder conducir en España, que es un royo de papeleo sin sentido, podría quizás obtener una licencia para conducir por aquí.
No sólo aprendí que debiera conocer a un tal Moshé Dayán, general judío que para un médico palestino de Lanzarote era un mamón y de paso conocer la manera de lograr que le permitan conducir a mi mujer sino que también aprendí a valorar que, gracias a Dios, vivimos en el primer mundo. Porque la gilipollez esta que me ha pasado en el ojo, que se diagnostica de forma rápida y eficiente y que me va a tener esclavo una semana de unas gotitas que me han costado cuatro euros más o menos, en otro país, en otro mundo, me podría haber costado un ojo.
Así es, esta gilipolllez te pasa en Sudan y al final acabas en manos de un curandero con una cuchara, mechero y algo de whisky.
Así que el mamón de mi hijo también me hizo apreciar aún más médicos sin fronteras Lo que ahora me toca a mi enseñarle, luego ya él estará o no de acuerdo, es que las fronteras son una de las más prominentes entradas en el gran catálogo de gilipolleces y cagadas de la raza humana.
Porque las fronteras delimitan quién se echa unas gotitas y se cura el ojo y quién pierde su curro de rastreardor en los safaris de capullos blancos pijos porque se ha quedado tuerto.
Y esas son las cosas que el otro día aprendí gracias a mi hijo, fascinado por la maravillosa aventura en la que consiste ser padre.
2 comentarios:
Me ha gustado :) Después de mucho tiempo, me vuelvo a pasear por aquí... con permiso!
Todo el permiso del mundo!!! Un besote!!!
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