Habían cerrado los bajos del
Southbank. limpiado los graffitis y pintando los muros de nuevo en un
agotador gris.
Aquello no fue un hogar. En un hogar
uno hace su vida, descansa, lee el periódico, friega los platos y
plancha camisas. En un hogar el tiempo transcurre. En el hogar uno
tiene tiempo para aburrirse.
Aquello tampoco era un espacio, un
espacio tiene límites.
Era una zona, y en la zona hay
fronteras.
La frontera entre la acrobacia y el
porvenir, la frontera entre la adrenalina y una taza de leche
desnatada, entre la velocidad y un sofá abonado a Skysport.
En la zona irrumpías, y tus neuronas
se alineaban, afilándose para pulimentar cada milímetro del
espacio, descifrar las coordenadas y ejecutar el movimiento una y
otra vez hasta que fuera perfecto.
Una y otra vez.
Porque al final es eso: la búsqueda de
la perfección a través de la alianza imperfecta entre tu cuerpo y
la tabla; deslizándose a aullidos por la geométrica del cemento.
En los bajos del Southbank, allí donde
los turistas tiraban fotos sin llegar a atisbar que es lo que allí
se estaba jugando.
Una travesía por los huecos del
equilibrio, hasta conseguir un kickflip, un varial flip, un rock to
fakie, un darkslide o un roastbeef...
Pero lo han cerrado, van a aprovechar
el espacio, a rentabilizar esos puñados de metros cuadrados,
atiborrando el espacio con tiendas donde vender las últimas
tendencias en ropa y cosméticos que una joven andrógina y anoréxica
lamiendo un chupachups anunciará en una cartel a la entrada.
Ya no habrá más retos, ni duelos,
marcas que batir, ni el deleite en la visión de un truco que se
convierte en ese instante en eterno. Porque en la zona el tiempo no
pasa, el tiempo se suspende, como la gota de sudor que corriendo por
tu mejilla se detiene justo cuando impulsas el tacón para surcar los
aires.
Los skaters se han ido a otra parte,
les han echado, limpiado sus graffitis y pintado los muros de un
agotador gris.
Muchos han tirado su tabla al río,
algunas han sobrevivido en ese pilar, debajo de donde yo me mezco
aguardando a que las estaciones venideras acaben desintegrándome.
Y las tablas y yo nos contamos viejas
batallas, recordando como fueron aquellos días de riesgo y
velocidad, de piruetas, caídas y trucos . Cuando ellas y yo nos
aliábamos para desafiar a la gravedad y a sus bastardos efectos.
Ya todo eso acabó, quedan unas pocas
tablas rotas y yo, meciéndome por el viento.
(Parece ser que en los planes de remodelación del Southbank Centre van a borrar de la faz de sus bajos la zona que espontáneamente se había convertido en un rincón para los skaters. Larga vida al Skate!!!)
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