sábado, 1 de junio de 2013

Socios de un silencio ruidoso.




La arquitecta Victoria Garriga va y dice que "la arquitectura contribuye a la felicidad o a la infelicidad de las personas".

No puedo sino darle la razón.

Y ahora me explico. Desde que empecé a escribir la novela de CF que tengo entre manos y que ahora la tengo ahí tendida, cogida con pinzas y esperando que la de el sol, porque me da a mi que pienso que la novela se va a escribir por fotosíntesis, el mayor problema con el que me he encontrado es con el "sitio" en el que escribir. Añoro mi cuarto en Alcalá, esos pequeños metros con cama plegable, donde yo dormía y escribía nada más. Era en toda regla un escritorio, un lugar para escribir donde  circunstancialmente había una cama. Resulta que donde vivo ahora tengo un salón donde circunstancialmente hay una cama, con lo que no me deja espacio para agregar también la función escritorio. Eso no quita que aquí, como estoy ahora, tumbado en el sofá, no pueda darle solfa a un articulito del blog, o a alguna parida, un email más largo de lo normal, claro que puedo, de hecho lo hago; pero para escribir una novela pues como que no.

Recurro a las cafeterías, pero estas tienen demasiado trajín y además uno se empieza a sentir incómodo cuando lleva más de dos horas con la misma taza vacía y por mucha cara que uno le quiera echar uno no deja de ser el mismo chico vergonzoso de siempre. Las bibliotecas no están mal, pero al final teclean es aporrear y aporrear es un vocablo que conlleva ruido y el ruido hace que las cejas se levanten y algunos que van a estudiar las reglas de tráfico o como transplantar un riñón o a traducir un texto del hebreo al finlandés no les mola tener que levantar sus cejas. Yo se las depilaba, a todos, especialmente al traductor, pero no me quiero meter en líos.

Y en eso que el otro día la Bruna, una amiga del país donde España revalidará el título de campeón del mundo de fútbol, va y me dice que me invita a ir con ella al Southbank Centre que es un tocho edificio que tiene un millón de cosas, desde un cine, a salas multiusos, exposiciones, todo con un puntito a lo Bauhaus que reconforta. Y allí que voy y allí que encuentro el sitio para escribir. Es esa "Laptop zone" de la foto. El problema es que es de pago. Sí. Porque aquí se destila que en sitios como éste del que hablo, o en la Tate Modern, o en BFI, te hagas así como una especie de socio; pagas una cuota y además de acceso a cafeterías chulas exclusivas para socios que hayan pagado como tú y con Laptops zones, pues disfrutas de diversas prebendas, tales como descuentos o acceso a exposiciones rutilantes por la cara y demás calamidades para el bolsillo.

Como todo en la vida, si lo vas a usar, si vas a ir a las exposiciones o vas a escribir una novela de CF porque te has dado cuenta que por fotosíntesis no se va a escribir sacarte la tarjetita de socio merece la pena; pagar por ella para que te ocupe el hueco en la cartera y que de vez en cuando la luzcas porque crees que la rubia que llevas media hora intentándote ligar va a darte tres puntos extras en el casillero de "capacidad intelectual" en el examen que mentalmente te está haciendo para saber si te deja entrar en su cama o no, cama donde circunstancialmente quieres acabar, pues como que no. Aunque si acabas en esa cama, quizás si que valga la pena después de todo.

¡Ojo! Las cafeterías están llenas de tipos que se creen el nuevo Kerouak o el próximo Kundera, mucha gafapasta, wax, pantalones pitillo y camisa de cuadro sin planchar. No todo es perfecto, aunque para mí tiene ese entorno de silencio ruidoso que es como mi líquido amniótico para escribir.

Estoy ahí todavía pensando si hacerme socio o no... dudando, porque si después de pagar algunos pavos resulta que al final ahí también me levantan las cejas no me va a quedar otra que ponerme a depilar. Y ya es muy tarde para cambiarse de profesión.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya era hora!!!! Sino te mando el cuarto...