domingo, 1 de enero de 2017

Resoluciones para el 2017


Acaban siendo ya demasiado comunes. Quizás es que simplemente haya que acostumbrarse. Hoy en Estambul, con al parecer 17.000 vigilantes, desde policía a ejército, funcionarios y cuerpos de seguridad privados, desplegados para guardar el orden; y dos despojos humanos son capaces de matar y aniquilar otra vez a decenas de personas, a sangre fía. Solo seres sin el más mínimo residuo de aquellos que llamamos humanidad son capaces de cometer actos tan atroces. 

Es una crisis planetaria, globalizada y retransmitida a tiempo real en una cascada incesante de noticias, tan estruendosas como efímeras. Luego vendrán los políticos con sus eslóganes, sus golpes en la mesa. Las tertulias, las charlas en el bar, los encontronazos en twitter, las condenas fáciles, opinadores de poca monta como yo y al poco, recuperaremos nuestra cotidianidad, nuestras rutinas, y nos olvidaremos por un tiempo; hasta la próxima vez, hasta que haya de nuevo inocentes tiroteados, acorralándonos en una sociedad cada día más intransigente, atemorizada y violenta. 

Y aun así, nosotros estamos en la tierra prometida. Se pueden nombrar los centenares de sitios que sufren episodios iguales casi cada semana, o las ciudades donde te pueden matar en cualquier esquina, o los países enteros donde incluso, en pleno siglo XXI, te puedes morir de hambre; perecer por no ser capaz de introducir una cantidad mínima de calorías diarias en tu organismo. 

Cuando te asomas al mundo, cuando sacas la cabeza de esta burbuja en la que vivimos, cuando masacres como ésta golpean, ves cuán de repugnante hay en lo humano. 

Me acabé las uvas rápido, feliz por ser capaz otro año de tomarles en tiempo y forma, rodeado de familia, y luego me encontré con la noticia de Estambul. Casi no me había acordado de concitar mi resolución de año nuevo, la misma que llevo haciéndome en las últimas cuatro navidades. 

No soy religioso, pero rezaré por esas familias, por esas comunidades, que hoy, primer día del 2017, amanecen con esta siniestra y amarga lotería. Y aguantaré un poco la tristeza por aquellos cuyas vidas han sido truncadas, de cuajo, por el sinsentido de la existencia humana, de la raza más violenta del reino animal, víctimas de la sin razón más absoluta y una demoledora maldad, el atroz sentimiento que impulsa a que unos individuos se conviertan en bombas humanas, en chóferes kamikazes, o en fuerzas de asalto vestidas de Papa Noel. 

¿Qué hacemos? ¿Qué podemos hacer ante un mundo así?

Y esa es la gran pregunta. 

No soy religioso, solo un tipo que acababa de tomarse las uvas. Tampoco tengo riqueza, ni cargo, ni estatus, ni medios, ni alcance, ni el suficiente poder para ni siquiera pensar a contribuir ligeramente en dar una respuesta a esa pregunta. Con suerte, una docena de personas leerán estas reflexiones, y quién sabe cuántos de ellos estarán de acuerdo con mis ideas. 

Soy un privilegiado, con tanto miedo como esperanza en el futuro. 

Quizás pueda contribuir con actitud, con compasión, con mucho ponerme en el lugar del otro, con generosidad y empatía. Mantener la mente clara, serena, fijada a pesar del monumental ruido que nos rodea.

Ser capaz de ver el sufrimiento a mi alrededor, de masticarlo y de en mi pequeña medida ayudar a mitigarlo. 

Ojalá esta sea la era de la templanza. Y seamos capaces ver el un poco más el rostro gentil de lo humano y no tanto su lado repugnante y atroz. 

Ahora me toca hacer esa resolución para el año nuevo, la misma con la que me reto desde que me he convertido en padre: contribuir a legarles a mis hijos un mundo mejor del que a mi me dejaron. 

Empresa difícil, así que ojalá muchos de ustedes tengan un propósito parecido. 

A ese número, todavía incierto al minuto que escribo estas líneas, de muertos, a sus familias, mi más sentido pésame. 

Ante sucesos así, en realidad, no cabría otra cosa más que el silencio.