miércoles, 26 de junio de 2013

Es un exilio.





Habían cerrado los bajos del Southbank. limpiado los graffitis y pintando los muros de nuevo en un agotador gris.

Aquello no fue un hogar. En un hogar uno hace su vida, descansa, lee el periódico, friega los platos y plancha camisas. En un hogar el tiempo transcurre. En el hogar uno tiene tiempo para aburrirse.

Aquello tampoco era un espacio, un espacio tiene límites.

Era una zona, y en la zona hay fronteras.

La frontera entre la acrobacia y el porvenir, la frontera entre la adrenalina y una taza de leche desnatada, entre la velocidad y un sofá abonado a Skysport.

En la zona irrumpías, y tus neuronas se alineaban, afilándose para pulimentar cada milímetro del espacio, descifrar las coordenadas y ejecutar el movimiento una y otra vez hasta que fuera perfecto.

Una y otra vez.

Porque al final es eso: la búsqueda de la perfección a través de la alianza imperfecta entre tu cuerpo y la tabla; deslizándose a aullidos por la geométrica del cemento.

En los bajos del Southbank, allí donde los turistas tiraban fotos sin llegar a atisbar que es lo que allí se estaba jugando.

Una travesía por los huecos del equilibrio, hasta conseguir un kickflip, un varial flip, un rock to fakie, un darkslide o un roastbeef...

Pero lo han cerrado, van a aprovechar el espacio, a rentabilizar esos puñados de metros cuadrados, atiborrando el espacio con tiendas donde vender las últimas tendencias en ropa y cosméticos que una joven andrógina y anoréxica lamiendo un chupachups anunciará en una cartel a la entrada.

Ya no habrá más retos, ni duelos, marcas que batir, ni el deleite en la visión de un truco que se convierte en ese instante en eterno. Porque en la zona el tiempo no pasa, el tiempo se suspende, como la gota de sudor que corriendo por tu mejilla se detiene justo cuando impulsas el tacón para surcar los aires.

Los skaters se han ido a otra parte, les han echado, limpiado sus graffitis y pintado los muros de un agotador gris.

Muchos han tirado su tabla al río, algunas han sobrevivido en ese pilar, debajo de donde yo me mezco aguardando a que las estaciones venideras acaben desintegrándome.

Y las tablas y yo nos contamos viejas batallas, recordando como fueron aquellos días de riesgo y velocidad, de piruetas, caídas y trucos . Cuando ellas y yo nos aliábamos para desafiar a la gravedad y a sus bastardos efectos.

Ya todo eso acabó, quedan unas pocas tablas rotas y yo, meciéndome por el viento.

(Parece ser que en los planes de remodelación del Southbank Centre van a borrar de la faz de sus bajos la zona que espontáneamente se había convertido en un rincón para los skaters. Larga vida al Skate!!!)

jueves, 20 de junio de 2013

Los fósiles de Mary Annings




Hace poco los avatares de la vida me han llevado a pasar unos días en un pueblo de la costa  sudoeste inglesa, entre Dorset y Devon. En la que se llama la “Costa Jurásica”, mucho antes de que Spielberg pusiera de moda el término con su recreación de un plausible parque temático con dinosaurios correteando a sus anchas.

Yo creía que la razón de llamarlo Costa Jurásica era otra excelente muestra del fino sentido de la ironía inglesa. Porque dando un paseo por la playa, por las calles, entrando en las tiendas y pubs, cenando en un par de restaurantes y sobretodo hospedado en el hotel, descubrí para mi asombro que allí el más joven era cuarenta años mayor que yo. Obviamente estaba en lugar de retiro y por unos segundos pensé que lo de llamarlo costa Jurásica no era sino la manera eufemística de designar a estos pueblos que venían a cobijar los otoños de sus compatriotas.

Nada más lejos de la realidad.

Así empieza el último artículo publicado en Guadaíra Infornación, y es un alegato, porque yo quiero llegar a viejo y que me de para pipas. Si te intriga pulsa aquí

sábado, 8 de junio de 2013

Los misterios de Google



Id a este enlace y ver las fotos

http://www.moleskinefools.blogspot.co.uk/2008/11/paseo-nocturno-con-big-ben-de-fondo.html

Eso fue una de nuestras primeras noches en London.

No sé porque me ha dado por poner "Alvaro Plaza" en google y dar a imágenes. La primera mía que sale es una donde salgo muy feo porque además de porque soy feo, porque la hice rápido y corriendo para una revista digital donde publique un relato y claro, al estar mi nombre indexado con la foto pues normal que google me identifique con ella.

¿Pero la segunda?

La segunda la saca de esa entrada donde no hay ninguna referencia a mi nombre ni a mi persona, y arbitrariamente Google coge esa foto y dice... este eres tú. Y el cabrón acierta.

Pero por qué esa, por qué esa y no otra de las cientos que pululan en mi facebook o en mi mismo blog o en otros sitios ajenos... por qué carajo elige esa, cuáles son sus razones, sus motivos, las directrices y comandos que le han llevado a fijarse en esa... ¿cuál es el algoritmo?

La cosa es que ahí me hallo, entre toreros y periódicos (obviamente ver la foto que encabeza este post, y veréis ahí mi careto con barba -los que no me conozcan, ese es mi careto-)

Algún torero debe compartir mi nombre, o lo peor, un toro; porque no dejo de ser asociado con lances del arte taurino. También aparecen otros tipos con los que debo compartir nombre y para google identidad, como esos dos tipos de la esquina superior derecha.

El otro día me pongo a mirar teléfonos y sus características por internet, a mi señora se le está escacharrando el suyo y hay que darle boleto. Miro mucho un HTC y en la última semana me he venido a percatar la sobreabundancia de anuncios HTC que me asaltan o de tiendas de móviles o de móviles de segunda mano.

Bueno por lo menos ya no me agobian tanto con tanto anuncio de aparatos para alargarse el pene.

Fuera coña, va a ver un día en que Google me va a decir a que hora tengo que ir a cagar.

Y eso me deja confundido. Me da casi como que miedo.

¿Por qué el algoritmo y no la nada?

Google es lo inefable.

Amen.

Pd: ojo que mi pene es muy grande. Ojo.

jueves, 6 de junio de 2013

Teletransportándonse.




Estás ahí dando vueltas porque has quedado con el Duncan a tomar unas pintas, en el White Horses, cómo no, dónde os reuníais con Anibal también, siempre cuando andaban por Londres y de repente en un escaparate de una especie de tienda de yogures y snacks taiwaneses llamada Madd o algo por el estilo ves este rinconcito que te teletransporta a aquel día que te lo tiraste entero jugando al Alex Kid II en la Master System que los reyes dejaron en el calcetín o al reto con el que tu viejo te incentivó para que sacaras todo notables en el primer trimestre de primero de B.U.P para que de nuevo los reyes te dejaran una consola en el calcetín; la Mega Drive II con el Street Fighter de propina y como te tiraste esas navidades dando patadas con Ryu, Blanca, Vega y Guile; fueron dos o tres segundos de esos que te pillan por sorpresa y donde los recuerdos se pelean entre sí para a ver cuál te noquea primero.

Sonreí y me dije que el que puso ahí esas cajas de cartones, esos mandos, los cartuchos y decoró ese rincón de tal manera podría ser mi amigo del alma. Y se lo pagaré tomando un yogurt de esos raros taiwaneses cuando toque, porque aquel día no tocaba, aquel día tocaban algunas Samuel Smith, las cervezas del White Horses y estar con el amigo Duncan.

Y ahí que me fui, a sabiendas que algún día en un futuro lejano, me toparé con una grifo de Alpine o en algún lado se vean conjugadas las palabras "White" y "Horses" y me teletransportaré al día que quedando con el Duncan me teletransporté al día que jugaba al Alex Kid.

Y en esa cadena de teletransportaciones es donde uno encuentra el sentido.

Que la vida es una amasijo de pegatinas que le hacen a uno sonreír.

Trescientos y tantos días de esperanza.





Estamos de aniversario. Trescientos y tantos días de Guadaíra Información en la calle, o en las tablets sería más ajustado decir. Trescientos y tantos días donde se ha intentado estar, en palabras de su director, "al servicio de Alcalá y sus ciudadanos". 
Y desde aquí nos alegramos que las embestidas de la crisis no hayan dilapidado este proyecto plural e independiente. Y es la independencia propiamente dicha de la que quería yo hablar...
El último artículo publicado en Guadaíra Información empieza así, y más o menos vengo a defender que a los poderosos les seguirá jodiendo no tener bajo control todas las cosas, así que bendito el aniversario de Guadaíra Información... si quieres seguir leyendo, pincha aquí

sábado, 1 de junio de 2013

Socios de un silencio ruidoso.




La arquitecta Victoria Garriga va y dice que "la arquitectura contribuye a la felicidad o a la infelicidad de las personas".

No puedo sino darle la razón.

Y ahora me explico. Desde que empecé a escribir la novela de CF que tengo entre manos y que ahora la tengo ahí tendida, cogida con pinzas y esperando que la de el sol, porque me da a mi que pienso que la novela se va a escribir por fotosíntesis, el mayor problema con el que me he encontrado es con el "sitio" en el que escribir. Añoro mi cuarto en Alcalá, esos pequeños metros con cama plegable, donde yo dormía y escribía nada más. Era en toda regla un escritorio, un lugar para escribir donde  circunstancialmente había una cama. Resulta que donde vivo ahora tengo un salón donde circunstancialmente hay una cama, con lo que no me deja espacio para agregar también la función escritorio. Eso no quita que aquí, como estoy ahora, tumbado en el sofá, no pueda darle solfa a un articulito del blog, o a alguna parida, un email más largo de lo normal, claro que puedo, de hecho lo hago; pero para escribir una novela pues como que no.

Recurro a las cafeterías, pero estas tienen demasiado trajín y además uno se empieza a sentir incómodo cuando lleva más de dos horas con la misma taza vacía y por mucha cara que uno le quiera echar uno no deja de ser el mismo chico vergonzoso de siempre. Las bibliotecas no están mal, pero al final teclean es aporrear y aporrear es un vocablo que conlleva ruido y el ruido hace que las cejas se levanten y algunos que van a estudiar las reglas de tráfico o como transplantar un riñón o a traducir un texto del hebreo al finlandés no les mola tener que levantar sus cejas. Yo se las depilaba, a todos, especialmente al traductor, pero no me quiero meter en líos.

Y en eso que el otro día la Bruna, una amiga del país donde España revalidará el título de campeón del mundo de fútbol, va y me dice que me invita a ir con ella al Southbank Centre que es un tocho edificio que tiene un millón de cosas, desde un cine, a salas multiusos, exposiciones, todo con un puntito a lo Bauhaus que reconforta. Y allí que voy y allí que encuentro el sitio para escribir. Es esa "Laptop zone" de la foto. El problema es que es de pago. Sí. Porque aquí se destila que en sitios como éste del que hablo, o en la Tate Modern, o en BFI, te hagas así como una especie de socio; pagas una cuota y además de acceso a cafeterías chulas exclusivas para socios que hayan pagado como tú y con Laptops zones, pues disfrutas de diversas prebendas, tales como descuentos o acceso a exposiciones rutilantes por la cara y demás calamidades para el bolsillo.

Como todo en la vida, si lo vas a usar, si vas a ir a las exposiciones o vas a escribir una novela de CF porque te has dado cuenta que por fotosíntesis no se va a escribir sacarte la tarjetita de socio merece la pena; pagar por ella para que te ocupe el hueco en la cartera y que de vez en cuando la luzcas porque crees que la rubia que llevas media hora intentándote ligar va a darte tres puntos extras en el casillero de "capacidad intelectual" en el examen que mentalmente te está haciendo para saber si te deja entrar en su cama o no, cama donde circunstancialmente quieres acabar, pues como que no. Aunque si acabas en esa cama, quizás si que valga la pena después de todo.

¡Ojo! Las cafeterías están llenas de tipos que se creen el nuevo Kerouak o el próximo Kundera, mucha gafapasta, wax, pantalones pitillo y camisa de cuadro sin planchar. No todo es perfecto, aunque para mí tiene ese entorno de silencio ruidoso que es como mi líquido amniótico para escribir.

Estoy ahí todavía pensando si hacerme socio o no... dudando, porque si después de pagar algunos pavos resulta que al final ahí también me levantan las cejas no me va a quedar otra que ponerme a depilar. Y ya es muy tarde para cambiarse de profesión.