jueves, 18 de diciembre de 2008
viernes, 24 de octubre de 2008
La Justicia corta cabezas mientras los demás montan monasterios zen y un hacker se hace pajillas. (Sin olvidarse de Nigeria y de los malditos 800)


(no encontré ninguna versión completa, es decir, tetas al aire, espada, báscula y trapo en los ojos, si leéis sabréis por qué la necesitaba, así que tenemos que aguantarnos con la presente mezcolanza)
Son éstas varias reflexiones, que intentaremos sigan la senda de humor, o al menos de una ironía degradada sobre el tema de la Western Union y los malditos 800.
Para no aburrir demasiado, ni a ustedes ni a mi mismo, omito el relato de “anteayer fuimos a correos a reclamar, los empleados no sabían cómo, al día siguiente hablamos con la subdirectora que sí sabía cómo, la cual nos dio pocas esperanzas; el regreso de hoy para hacer fotocopias a los documentos que faltaban en la tramitación, -por lo tanto, no sabía tan bien cómo- etc, etc, etc. No obstante reseñar el trato humano, perfecto y atento, además no son procesos y tareas habituales)
Metámonos en faena pues.
Primero una contextualización preliminar. Resulta que opera una mafia organizada por la cual la retirada del dinero se realiza en países del tercer mundo, casi siempre en Nigeria. Allí es de suponer que las normas y criterios son bastante más laxos y por lo tanto rozando lo corrupto. (Mariano es un gran Sherlock, a pesar de que en vez del violín toque la batería, y en vez de cocaina utilice la Murphy´s Iris Red como droga habitual)
Hay una ley que se llama “Ley de Protección de Datos”. Se supone que su aplicación se emplea para velar por la confidencialidad de los datos de los consumidores y ciudadanos en general. Es tan efectiva que por eso todos, más o menos, hemos experimentado con más o menos perplejidad que empresas que regalan viajes o te ofertan los más variados productos, desde financieros a telefónicos, incluso con eslóganes tipo ¡Compra esta maravillosa cafetera ultrasónica y entrarás en el sorteo ante notario colegiado de un maravilloso apartamento en Benidorm con maravillosas pistas de paddel adosadas, piscina con dadaista forma de riñon y trampolín –cuota para lifeguard aparte- amueblada en estilo maravillosamente colonial y una flamante cocina ya instalada lista para ubicar nuestra maravillosa cafetera maravillosamente ultrasónica y por supuesto disfrutar de ella y sus delicados aromas! Te envíen sus dádivas a tu dirección, obviamente haciendo uso de un conocimiento no parco de todos tus datos; empresas con las que evidentemente nunca has tenido y tuviste trato ni relación. Esa es la ley de protección de datos y su efectividad. No obstante la ley es igual para todos. Es uno de los mayores valores deontológicos, que garantizan que la justicia sea justa, ¡Viva la redundancia! Ya sabéis la chica esa de mármol, con las tetas al aire, sosteniendo una báscula y una espada, con los ojos tapados con un trapo, cegata vaya –será por eso que no alberga pudor alguno por exhibir sus melones a la vista de todos, o quizás veraneé en Bolonia y está acostumbrada al nudismo, digo yo- Así que si le envío a Mariano un giro con dinero, resulta que otra persona lo retira en cualquier punto del globo estafándonos y suplantándonos, cuando pido una “prueba de pago”, para saber quién, cómo, dónde, etc… la Western Union amparándose en la estupendísima ley de protección de datos –la ley es igual para todos no perdamos este detalle- sólo puede entregarnos una “firma” para que cotejemos con la nuestra y si no coinciden –cosa con la que contamos- realicemos las oportunas reclamaciones y denuncias (un apunte sin importancia, la eficacia de la reclamación es tan inaudita que la gestión de esa prueba tarda entre quince días y un mes, según información de Correos) Por lo tanto la dichosa ley sirve para que todo el puto mundo tenga mis datos y me acribillen a publicidad, mailings, y llamadas telefónicas; pero también dictamina que si nos estafan, el estafador y sobre todo la empresa con responsabilidad subsidiaria haciendo uso de sus irrefutables derechos me den nones y calabazas a pares.
Nosotros que a veces somos muy cabezones, iríamos entonces los dos de la mano al juzgado o a la policía –todavía no sabemos a ciencia cierta dónde hemos de personarnos- con nuestras firmas, y la firma mentirosa, ja,ja, y le relataríamos a un agente o funcionario de justicia nuestras desgracias. Dependiendo del día, la calidad humana, las ganas de hacer su trabajo, su capacidad empática, lo quemado o no que esté de sus funciones, etc… nuestro interlocutor básicamente tomaría nota de nuestra queja/denuncia y obviamente la archivaría en su sitio, es decir, debajo de una montaña de otras denuncias y quejas. Además, lo nuestro es un dinerito considerable, pero claro, junto a machotes que matan a sus mujeres, violadores, estafas millonarias y etc, somos absolutamente conscientes de que lo nuestro es casi como un juego de niños. Un reto de canicas en el patio del colegio.
Pero, ojo, no todo está perdido, la implacable maquinaria de la justicia se pone en marcha. Entonces, cuando el dossier de nuestra denuncia alcance la cima, sino murió agotado por el camino, un rutilante burócrata, un alguien vamos, reclamaría a la Western Unión los datos de la persona que retiró el dinero (quién sabe, tres meses, seis, un año después, el tiempo es lo que tiene, que pasa y pasa) y ahí, la ley de protección de datos ya no tiene validez alguna, porque es la Justicia quién lo reclama. Y la justicia es la justicia, y es igual para todos (otra vez la chica de mármol, esta vez, agarraos, porque desenvaina la espada; ¡Ummmm! Es excitante, una tipa con las tetas al aire blandiendo el acero). Tras quizás un año o dos se celebraría un pleito y vayan a saber dónde seremos Mariano y yo, es decir, dónde viviremos, dónde comeremos y dónde cagaremos. Quizás tras un año o dos habitemos en la Conchincina, o nos haya dado por organizar un monasterio zen a las orillas de un riachuelo con nenúfares y ranas saltarinas, o quizás patrullemos por las salvajes llanuras níveas de Alaska maniobrando trineos de perros lobos. Vamos a suponer que por alguna de estas razones muy probables no podamos, no nos enteremos, no consigamos presentarnos al litigio. Bien, pues nada, se pasa página y automáticamente la Western Union nos reclama las costas legales. Y ya os imaginaréis, las minutas nunca son diminutas. Debido a que como megaempresa que son, obrarán con cuadrillas de abogados que sólo por extraerse el boli del bolsillo de la camisa de Dolce&Gabbana cobran el dinero que a nosotros nos han birlado.
Quizás, mi desconocimiento me lo impide, haya una especie de tasa fija para ello, asumible, ojalá. Habrá que enterarse.
La cosa es que en el porvenir se inscribe otro juicio, otro más. Nosotros que estamos muy felices en el monasterio zen que hemos montado, reuniendo un dinerito con mucho esfuerzo cultivando calabazas en nuestro huerto (evidentemente usando las calabazas que la Western Union nos plantó en las narices, estamos en crisis y hay que optimizar) dinerillo, casi calderilla, con el que planeamos edificar un simpático molinillo a la orilla del riachuelo para que el sonido del caer del agua nos haga alcanzar el nirvana (y de paso ahuyente a las ranas que con su croar interrumpen nuestras meditaciones), resulta que cuando nos disponemos a obtenerlo de nuestra oficina bancaria habitual, no está, se ha esfumado. Otra vez nos lo han birlado. ¡Números rojos! ¿Por qué? Porque se ha celebrado la querella por las costas legales, se dicta sentencia firme y ha ganado Western Union. Inmediatamente (aquí no pasan tres, ni seis, ni un año) la fabulosa justicia, tan efectiva y procaz ella, decreta orden de retirarnos los fondos para pagar a los abogados de la camisa de Dolce&Gabbana, que festejan la victoria tomándose un café de la maravillosa cafetera en el maravilloso apartamento en Benidorm. Está claro que estos abogados aunque vistan bien, son cutres. Ya no habrá molinillo y encima, el acabose de los acaboses, el banco procede sin temblarle el pulso al embargo de nuestras posesiones –recordar que tristemente nos quedamos en números rojos-, un huerto, una covacha que hace de monasterio y un par de tablas que empleamos de camastros, ah y un puñado de apolilladas mantas, refugio del frio invierno; así que adiós no sólo al molinillo, sino también a los nenúfares, al riachuelo, al aire puro del campo y quizás, sólo quizás, tras ruegos y plegarias, nos permitieran quedarnos con las calabazas. Puro sentimentalismo claro.
Podríamos organizar una campaña, y atarnos con cadenas al molinillo todavía no construido y entonar la canción del “No nos moverán”, pero las porras de los agentes policiales son muy convincentes. Y además somos monjes zen y nos va eso de la “no violencia” -más aún cuando la violencia se fuera a practicar contra nosotros-. Hay que ser consecuentes.
Ufff, el horizonte es de lo más halagüeño.
Total que la chica de mármol, como cegata que es, al final nos corta el cuello a nosotros. Y entonces, os lo aseguro, automaticamente deja de ser excitante.
Es la impotencia el nombre del sentimiento que nos ahorca. A mi, personalmente, ya me importan un carajo los 800 euros. Lo que quizás no me importe tanto es la absoluta indefensión que sufrimos siempre ante el poder. ¿Recuperar el dinero? No, lo que vamos a hacer es dar gracias porque nos lo hayan birlado y porque tengamos el “derecho” de al menos reclamar una “prueba de pago” que consiste en la firma de un desconocido para cotejar con la nuestra. Asunto del que ya tenemos absoluta certeza, lo de las firmas claro. Es posible no obstante que Mariano se haya pillado un jet con cota de velocidad match 3, en un estado de sonambulismo e incosciencia y se haya plantado en Londres o en Nigeria y haya cumplimentado y firmado el papelito de retirada de fondos. Es un dato a tener en cuenta por la Western Union, porque nadie les libra de pensar que seamos nosotros quiénes les hayan estafado a ellos.
Quemar cajeros. Es la impotencia la que te lleva a actos vandálicos de ésta índole. Por eso la frase de ayer “el punk no ha muerto”. No es que el título sea “La solución: quemar cajeros u oficinas de la Western Union en su defecto”. No, pero a veces piensas que esa es la única solución, o la única salida que te dejan. Ahora vivimos mu bien, con nuestros coches, seguros, tapitas, pisitos, ropita, etc… pero me temo, y quizás sea un poquito apocalíptico pero entended la negrura de mis sentimientos, que cada vez somos más y más pequeños. Por eso es que nos permitimos vivir en una época que asistirá a su propia destrucción con goce estético. (Otra cita de ayer, la de Benjamin). Además, para ser claros, tampoco es que sea la mejor manera de iniciar una trayectoria de monje zen quemando cajeros. Así que lo de incendiar las calles no es tampoco una opción, aunque tenga su intríngulis estético hacerlo. Descartado queda pues.
Ojo por ojo diente por diente, la primera ley que estableció proporcionalidad en la justicia, pero parece que se ha quedado muy caduca. Yo he confiado en una empresa a la que se le suponía cierto pedigrí, por hacer uso de sus servicios y girar una cantidad de dinero por la que me han cobrado por adelantado una cantidad de dinero también considerable en concepto de tasa, su sistema ha fallado obviamente porque la persona que lo tenía que retirar nunca lo hizo, pero el dinero si que fue retirado; y la única prestación que ponen a nuestro servicio es una “firma” para que las cotejemos transcurridos un largo tiempo. Y todo el sistema está montado para que la Western Union no pierda ni un céntimo y al tipo que estafen o timen pues sí. Dispones de caminos para reclamar, pero son oscuros y fríos. Es por eso que cuanto más globalizados más aldeanos, variación de la cita de Jose Luis Pardo, también en el último post. Al final no hay mucha diferencia del exhausto labrador que rendía cuentas al señor feudal o al cacique del pueblo con el infante ciudadano que ha de doblegarse ante la compañía transnacional, decente y primorosa. Será que de golpe ha vuelto el romanticismo al mundo –para neófitos, ver post titulado “El dinero también viaja (en diligencia)”
Por eso los videos, metáforas de nuestros sentimientos. Somos Asterix y Obelix en la casa burocrática (yo me pido Obelix, siempre me pareció mucho más entrañable. Mariano, lo siento, es el privilegio de elegir primero por ser yo quién escribe esto, además del dúo Sherlock/Watson a mi me ha tocado el peor, el médico obtuso) Por eso el Agrimensor K, por eso el hombre que clama ver al rey ante el portón de palacio y muere en la espera cerrándoseles las puertas, por eso ese pequeño bebé del “Planeta Salvaje” un juguete en manos de un monstruo azul.
Expuesta nuestra impotencia… ¿qué hacer? Ya veremos. No obstante me sigo riendo por lo pardo que fuimos y por los ochocientos euros sustraídos, y me entristece, me jode, me enrabieta, que todo el sistema esté montado para que el simple ciudadano deba sufrir un Everest –sin oxígeno, ni sherpas- para reclamar lo legítimamente suyo a una megaempresa megamillonaria que sencillamente ha fallado.
Puede ser, no obstante, que el dinerillo nos lo haya pulido un hacker adolescente y acneroso que se paga los videojuegos y la suscripción al canal porno –porque aunque en internet lo consiguiera gratis, prefiere verlo en el plasma de papi- sufragados con pequeños timillos y no haya sido una mafia nigeriana. Pero da igual, todo lo de ahí arriba no deja de ser menso plausible. Porque no es la mafia, ni el hacker pajillero, es la Western Union.
Y ya puestos, a lo cursi, quizás debiéramos demandar a la Western Union por concepto de daños morales, nosotros, tan ilusionados que estábamos con nuestro pisito en Chelsea, ja,ja.