viernes, 7 de febrero de 2014

Cuando publicar sí vale algo.




Yo tuve el placer y el honor de asistir, intermitentemente, a un taller literario que impartió Jose Antonio Francés en la casa de cultura de nuestro pueblo. Dudo que se acuerde de mí, yo era demasiado ingrávido. Fui lector de su primera novela publicada si no tengo entendido mal, “El plan intrascendente”, de cuya lectura guardo un grato recuerdo. Estuve presente el día en que propuso “Infame turba” como apelativo para lo que a la postre se convertiría en una serie de medio gacetas, libritos de poemas donde muchos de mis vecinos vertieron sus versos y talentos.

Mi intermitencia me privó de aquello.

Y me he vuelto a reencontrar con él gracias al artículo de opinión que ha publicado Vísperas, revista digital en la que me enorgullezco colaborar.

Me he quedado estupefacto. Y con esa estupefacción pretendo debatir un poco sus ideas.

Su artículo, que os invito a leer porque está escrito con jugosa maestría, gira en torno a lo que denomina la “amenaza digital” que consiste en la ausencia de filtros profesionales a la hora de que los, tildémoslo de escritores amateurs, inunden la red con sus relatos, cuentos y novelas con la intención no sólo de ser leídos sino de obtener rédito económico de ello, generándose un inevitable proceso de degradación donde uno es incapaz de discernir el grano de la paja, en un infumable babel de infinitos autores de medio pelo que no saben ni construir un párrafo coherente. Francés adula el mecanismo, el sistema que salvaguardaba el canon literario, la literatura en definitiva que merecía ser publicada a pesar de los clamorosos fallos y servidumbres de mercado, como él mismo subraya. 

Yo en cambio creo que los clamorosos fallos, la servidumbre al mercado y todo el tejido de favores, influencias, gremialismo, lealtades, de las que adolece la Industria Editorial no son tan baladíes ni merecen ser apuntados tan la ligera. A muchos escritores, más a los nóveles, se las hacían pasar canutas e incluso Francés lo admite configurándolo casi como un rito iniciático imprescindible donde se pone a prueba la tenacidad y la resistencia al fracaso, virtudes que todo escritor maduro que se precie debería atesorar. Al final publicar es como correr una maratón, los que no llegan a la meta es que no tenían madera suficiente.

Claro que dentro de los límites de lo que llamamos Industrial Editorial hay desde grandes conglomerados que contribuyen a que un libro horripilantemente escrito como “Wicked: memorias de una bruja mala” no sólo sea un éxito de masas sino la gallina de los huevos de oro en su adaptación a la gran pantalla y al musical; así como pequeñas editoriales de calidad que no se rigen únicamente por los valores del mercado e intentan, casi siempre desde cierto ángulo ideológico, llevar a la imprenta obras con un valor intrínseco literario.

Cuando Francés los llama “profesionales” supongo que se referirá a especímenes tan contrapuestos como los que no publican ni una frase a no ser que un estudio de mercado les garantice una serie de ceros en sus cuentas corrientes, allende la calidad literaria, como a aquellos románticos que se empeñan en mostrar al mundo los párrafos de los que consideran genios incomprendidos a pesar incluso de pegarle bocados a sus propios bolsillos.
Sea como fuere, ambos extremos, tienen algo en común: la verticalidad. Son ellos quiénes deciden a quién y qué libros se pelean en las estanterías. Cuáles páginas son las que yo, como lector, voy a poder ojear en las dos horas en las que me abandono en una librería por el mero placer de descubrir tesoros entre mis manos.

A diferencia de Francés tengo en mucha mayor estima al lector. Creo que el lector leerá lo que le parezca bueno o entretenido o importante, lo que le llene a él en definitiva. Y generalmente se abstendrá o abandonará lo que considere rematadamente malo o lo que rematadamente le aburra. Y creo, además, en como a base de leer cada lector contribuye a afinar su propio gusto. Así como a nadie que no haya descubierto el placer de leer le aconsejaría empezar con “Rayuela”, menos aún estimo que alguien pueda tirarse toda su vida nutriéndose exclusivamente con las pésimas novelas de Robert Ludlum. Como gente hay para todo quizás algunos son capaces de saborear el “Ulises” de Joyce a la primera como conformarse décadas adictos a Corín Tellado, la curva de Gauss tiene extremos, pero la mayoría sobrevive en su abultada joroba.

Y en esa joroba donde la gente corriente hace sus vidas considero que la horizontalidad que trae pareja consigo la era digital es, más que una amenaza, una oportunidad. Y en la coexistencia de esa horizontalidad de la autopublicación en internet, más la verticalidad y sus filtros en busca de pepitas de oro -ya sean por su calidad literaria o por su potencial comercial- de la industria editorial, estimo que todos podemos salir ganando. Autores y lectores.

Es obvió que estamos en el gateo de una nueva era y como tal hay ciertas figuras que se tambalearán, incluso algunas desaparecerán, muchas se reinterpretarán y algún que otro nuevo rol veremos bajo el sol. Se corregirán abusos como el obtuso empecinamiento de vender casi al mismo precio el libro en soporte digital que en analógico, y digo obtuso porque algunas editoriales deberían buscar en su catálogos algún libro que estudie la fijación de precios y quizás descubran que ya no cuela vender una mercancía a los mismos euros cuando te estás ahorrando el grueso de los costes de producción y distribución; aún más cuando existen alternativas, ilícitas pero muy reales, de conseguir esa misma mercancía completamente gratis. El paradigma indudablemente se está transformando y si antes considerábamos que el escritor medio era un tipo que se pasaba el día escribiendo para vender de tanto en tanto una media de treinta mil ejemplares con los que pagar las facturas y seguir incluido en los círculos viciosos de presentaciones, festivales, firmas y actos donde lisonjear y ser lisonjeado, quizás pasemos ahora al profesor de instituto o al fontanero o al periodista que con algo de tino añadirá a sus emolumentos un extra, gente corriente que quizás se tomen años sabático para terminar esas historias que les han raptado.

Es una amenaza. Sí, lo es. En cierto modo, sobre todo para aquellos que de haber nacido cuando Gutenberg inventó la imprenta se hubieran consternado por la innegable pérdida de la artesanía de los copistas. En el fondo es una lucha de poder tal y como Nietzsche la entendería. Y del poder, incluso cuando su moneda es el conocimiento, cuesta desprenderse.

Es una oportunidad. También. Yo escribo. No me gusta catalogarme como escritor porque mis escritos no me han pagado todavía ni un café. Tengo escrúpulos. Y ahora mismo estoy enfrascado en una novela de ciencia ficción. También soy lector y observo que ahí fuera, en el mercado, hay muchos a los que envidio su talento literario, y con Francés me une el axioma de que sólo el trabajo duro me irá puliendo para parecerme algo a los que tanto admiro; pero también he tenido entre mis manos bazofia en papel reciclado que para mi desánimo copan muchas veces las listas de ventas. Para decirlo en plata, hay cientos que se ganan la vida placenteramente siendo mucho peor con la palabra que yo. Si termino la novela, ojalá, me pelearé, escribiré cartas, emails, buscaré certámenes y concursos, gastaré en teléfono y saliva, con la ilusión de que alguien confíe en mí, con la ilusión de pasar esos filtros. Pero si lo que me encuentro son puertas cerradas, despachos con colas zalameras, camarillas y demasiadas negativas, no siempre efectuadas en base a la falta de calidad de tu trabajo, se abre ante mí un nuevo abanico de posibilidades. Bienvenidas sean.

Que se me ofrezca la alternativa de la autopublicación sin por ello esquilmar mi bolsillo es cuanto menos un acicate más para seguir intentándolo. Quién sabe, quizás con suerte y un poco de promoción en las redes, blogs y social media; que lleva el mismo esfuerzo y tiempo que descollar la cabeza en los vetustos cafés, revistas y tertulias de antaño, me dé para pagar un vuelo barato y visitar Santa Sofía y el sumo placer de saber que quizás media docena o quinientos o tres mil tipos le han dado al click para leer la novela. Y puestos a ser como la lechera, quién te dice que no pondrá alguien los ojos en ti y te de la alternativa en ruedos de más altos vuelos. Y el cuento de la lechera, Francés, es ingenuo pero mucho más alentador que la amarga tristeza de condenar el fruto de tu trabajo a un cajón polvoriento porque un tipo o siete dicen que no vale la pena, que el mercado no está preparado para tus ideas o que la crisis impide derrochar crédito en nóveles.

Así que en ese maratón donde quizás llegue el día que me pueda pagar la cafeína con el teclear de mis dedos, las redes serán el respiro que me iré tomando de vez en cuando sin dejar de mirar de reojo la meta. Hace casi veinte años, cuando asistí intermitentemente a tus clases, aquello era sino imposible, si mucho más caro. Y en esos tiempos lo que tú empujaste y sirvió para alentar a muchos a guerrear con la poesía y que dentro de mi quizás candorosa filosofía tiene ya de por sí un valor incalculable, no difiere tanto de una web de relatos colectiva o un libro puesto con mimo en Amazon.

¿Por qué tanto miedo?

Uno sólo ventila si abre las ventanas.

La literatura, como la vida, mejor en manos de los que la aman; profesionales o no.   

6 comentarios:

Manuel dijo...

Grande Alvaro.
Suscribo ;-)

José Antonio Francés dijo...

Querido amigo:
gracias por el respeto, y hasta el cariño, que se trasluce en tu réplica. Te respondo a algunas cuestiones, no con el ánimo de polelizar sino de hacerme entender. Con el tiempo ya sé cuán inútiles o peligrosas son las controversias en las que media la amistad o el respeto.
En mi artículo (achacable sólo a mi imperecia) se mezclan varios temas en lo que no entro demasiado a fondo. Es fácil coger el rábano por las hojas y concluir, como he visto en algún comentario, que percibo el mundo digital como una amenza. Soy usuario de varias redes sociales, tengo blog (con muy pocas visitas) e incluso el artículo está ¡publicado en una revista digital!
Creo que la controversia no es mundo digital/ mundo analógico; para mí el debate está en amauterismo/profesionalidad.
Admito que estos dos términos son muy enojosos y no responden bien a la realidad, pero no encuentro otros mejores.
Con mi artículo lo que intentaba decir es que creo que en todo escritor hay un salto en el que decide "ir en serio" con todas las consecuencias y convertir la literatura en algo más que un instructivo pasatiempo.
No critico el amteurismo, líbreme Dios. Cada uno es libre de hacer con su tiempo lo que le plazca, y escribir (aunque sea para los amigos) es siempre una opción digna de respeto y de elogios. He publicado muchas revistas que no han pasado del círculo local, y en este sentido, la autoedición digital gratuita lo único que hace es facilitar esa función.
Pero, ¿qué pasa si un autor quiere publicar, asomarse al otro lado del público, del mercado?
Yo creo (es un convencimiento muy personal) que es en ese enfrentamiento a la bestia donde uno se acaba de forjar como escritor. Y donde uno aprende que hay un sistema (te guste más o menos) con unas reglas, y que como la democracia, tal vez sea el menos malo.
Me parece una actitud de rebeldía juvenil (no digo que sea la tuya) tildar el sistema (el mundo editorial) de una maquinaria desalmada, un puro negocio donde el talento no tiene cabida. Conozco editores deleznables y editores expdertos y cuidadosos, cazadores de talento, y ambos extremos conviven en un mundo con muchas aristas. El comentario previo a éste, por ejemplo, en el que se te animan como si esto se tratara de ganar otro, creo que en el fondo responden a un maniqueísmo, un tanto juvenil, donde uno se percibe a sí mismo como un ser bienintencionado y la sociedad como un cúmulo de desmanes e injusticias.
No sé si es una febre juvenil o una forma de ver la vida, pero a mí se me pasó. Yo intento escribir, publicar, y me enfrento a la bestia del mundo editorial aún a sabiendas que lo normal es sucumbir en el intento (pocas ventas, poco éxito...). Me quedan, claro está, mis libros y mi dignidad. Y la literatura, a la que nunca renuncio pero que no veo desde una atalaya pura y descontaminada de lo que es el mundo.
En ese contexto, la autoedición digital me parece muy resptable, pero un atajo, el camino fácil, que a la larga no sirve de mucho.

Confío en que tu talento, que he reconocido en tu artículo, te sea suficiente. Te deseo toda la suerte y te animo a seguir escribiendo.

Disculpa que ni relea el artículo (dos mellizos me esperan para el almuerzo).

Un fuerte abrazo y graicas otra vez.

Calvanki dijo...

Bueno Francés.

Gracias por leer el artículo y sobretodo por haberte tomado la molestia de hacer un comentario/puntualización.

Bien. Se puede decir pues que estamos civilizadamente en desacuerdo. Desde luego no creo que el mundo editorial sea una quadrilla de desalmados. Supongo que como todos los "mundos", como tú dices, estará lleno de gente competente, maja, arriesgada y perlitas del cantábrico por otro lado. No me cabe la menor duda. Y creo que vislumbro y entiendo la diferenciación que quieres hacer entre amateurs y profesionales. Esto daría para una extensa tira de artículos cuando no para un ensayo. Y no te digo que no haya muchos casos donde la edición digital no sea un atajo o un camino fácil. Mi postura personal, como la tuya, se basa en el respeto de que cada uno haga lo que quiera, por supuesto. Nos diferenciamos simplemente en que la edición digital (sea auto o no) es una alternativa más para el escritor o el que escribe, digamos, y que desde luego para mi no tiene ese matiz de... no sé... cobardía? vagueza? etc. A mi me encanta que me lean y que me hagan críticas porque creo que la lectura ajena te puede ayudar mucho a pulir un escrito, más aún si el lector/res son cualificados, ya no te digo nada si fueran profesionales. Yo estoy todo el día chantajeando amigos y conocidos para que me lean y den sus opiniones. Si por ejemplo termino lo que tengo entre manos, sólo digo que incluso si me cierran puertas (editoriales) simplemente por malo, bueno, no me quita nadie la satisfacción de poner una foto en la portada y sacar un librito para amigos/colegas y quién se preste, sin salir del amateurismo. Y en lo que creo que estamos rematadamente en desacuerdo, o bueno quizás no, es una intuición, es que tengo la convicción, también personalísima, de que al mundo editorial le está pasando como a la industria musical antaño y al cine ahora, y es que parece que no están reaccionando a tiempo al tsunami que se les avecina. Siempre habrá sectores, personas, etc, que ante nuevas tecnologías se echen las manos a la cabeza y se tiren de los pelos... no sé yo por ejemplo donde estarán los fabricantes, reparadores y vendedores de tinta de las antíguas mecanográficas, pero creo que más o menos todos estamos muy felices con nuestros procesadores de texto; a pesar de que a mi me gustaría arreglar la de mi abuelo y como un ejercicio romántico, escribir una novelita corta con el sonido de los bastones golpeándose cotra el papel. Metáforas aparte, creo además que la accesibilidad de las tecnologías, de los medios de edición, de la difusión, etc... quizás como Vargas Llosa, si no recuerdo mal defiende en su ensayo que citabas, hagan desvanecer los filtros (y penurias) que un escritor/pintor/músico/artista en general por ponerle un apelativo, debeía pasar para ir puliendo su talento. Sí, puede ser, no te digo yo que no... pero en contrapartida se gana que haya mucha más gente aficionada a la creación, sí amateur, quizás peor nivel... no sé, aún así siempre habrá genios que hagan avanzar el lenguaje. En definitiva yo creo que es una ganancia para el género humano que todos podamos desarrollar nuestros talentos y difundirlos. Y el internete como dice mi abuela, para eso es una bendición.

Y yo lo mismo, dejo esto sin editar ni repasar. Alea iacta est. Y muchas gracias, de veras, por ese piropo acerca de mi talento. Me sonrojo y con el carmín te deseo suerte en tu peleas con las palabras.

Un saludo, maestro!!!

Anónimo dijo...

Repanceta, entra uno aquí para hacer la pelota al literato para que se apiade y me ayude con una cosita de nada y se encuentra con un viaje al pasado... ¡tío, no me acuerdo de que fueras al seminario!, ¿cómo es eso?, ¡tío! (a Fran)... ¡¿mellizos?!, ¡repanceta!... ¡tío! (al Alvarito)... ¡¿un churumbel?!, ¡cáspita!. Bueno, por lo menos os saludo... y al Mariano... como diciendo... ¿en?, ahí lo dejo.

El limbonauta.

José Antonio Francés dijo...

Larga vida a La Infame Turba. Y saludos cariñosos, quien quiera que seas.

Anónimo dijo...

No me resisto, pero como acaba de pasar y puede ser tangente a la cuestión, voy a zambullirme en el debate no hablando de literatura sino de una actividad (me niego a llamarlo arte) de valor infinitamente menor. El otro día, en los Goya, se produjo otro de esos desfiles de quejicas, plañideras y fastuosos adalides de la libertad cuya entusiasta y solemne figura más bien parece pose que convicción ideológica.
Si vosotros habláis de aficionados y de profesionales de la literatura qué podemos decir de la llamada "industria cinematográfica" española. Una vez al año hay que soportar los lamentos y quebrantos de una banda ciertamente endogámica que luego no tiene reparo en acudir a papá Estado y a mamá Autonomía con la mano tendida y bien abierta para que los contribuyentes, especie en declive, les financien sus peliculitas, cumbres nada borrascosas de la cultura patria (porque ellos lo valen).
Hoy en día publicar, ya sea un relato o una película, está al alcance de cualquiera. Yo mismo puedo, en cinco minutos, hacerme un blog y lanzar al océano cibernético poemas y relatos a cascoporro: ea, ya está, ya he publicado. También tengo una cámara, y con cuatro gatos (o con trece -guiño infame-) en dos fines de semana puedo hacer un cortometraje y subirlo a un blog o a una de las miles de plataformas ad hoc: ea, ya está, publicado, el mundo puede dormir tranquilo pues ya le he participado mi hondo mensaje. Pero me parece a mí que, especialmente para los "cinestas", el objetivo no es publicar sino ser reconocidos: pasearse por una alfombra roja ante una batería de fotógrafos y permitirse dar lecciones morales desde un púlpito televisivo.
Hay autores que "necesitan" público, aduladores, dinero o una ilusión de inmortalidad y otros que se conforman con enseñar su trabajo dentro de su círculo social más proximo, y creo que en cualquiera de los dos grupos se puede señalar a un Cortázar (entre una manada de Eastwoods).

El limbonauta otra vez.